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25th Anniversary

 

BLADERUNNER

AMOR Y ETERNIDAD

Por Carlos Pardo

Tuve el privilegio de poder ver la película "Blade Runner" en el antiguo Cine Equitativa de La Coruña en 1982 cuando contaba sólo catorce años acompañado de mi hermano Jero entonces de dieciséis. Acudimos con la escasa pero valiosa información de la que se podía disponer entonces a través de las dos únicas cadenas de televisión , la radio y los periódicos. Estaba terminando uno de los largos veranos de aquellos años y no teníamos noticias de que algún amigo la hubiera visto. Si no se estrenaba en esos días en La Coruña tardaríamos varios meses en poder verla en Villagarcía de Arosa el pueblo donde vivíamos. Vigilábamos todos los días las carteleras comprobando que la Voz de Galicia no se equivocaba. Sabíamos que nos podía gustar mucho pero no sabíamos apenas nada sobre el argumento: espectación absoluta, hambre de ser transportados a otras realidades por cine adelantado a su tiempo, decepción descartada, ilusión total, como debe ser. Esa tarde durante un largo paseo vimos los carteles en el pequeño cine Equitativa. No le habían concedido la importancia necesaria para ocupar una gran sala. No importaba, había que tomar una decisión en unos minutos: sin avisar a casa compramos nuestras entradas. Al encenderse las luces tras los avances de otros estrenos y algunos anuncios vimos que el viejo y pequeño cine estaba mediado. Como correligionarios inconscientes de un secta aún no concebida los espectadores contuvimos a una la respiración y se hizo el silencio y la oscuridad. Estábamos sobrevolando ya una megápolis fantasmal. Había comenzado el viaje, la leyenda. La experiencia marcaría para siempre nuestras vidas. Vivimos desde entonces atrapados en el pasado de un futuro posible que estará ya siempre con nosotros.

 

Desde entonces se abrieron otra vez las puertas al abismo de las grandes preguntas que han seguido al hombre desde que fue creado. Esta vez en el umbral de una nueva era en la que se atisba la titubeante asunción por el ser humano del status de creador de otros seres, las cuestiones filosóficas nunca resueltas abruman al hombre objetivo y tecnificado hasta el punto de sentir implícito el pecado de su imperfección en el propio acto generativo. Como un niño que al desvelar los secretos de la vida siente vergüenza por descubrir su origen y miedo ante la incertidumbre que le produce el posible desarrollo de sus potencialidades como ser, así el hombre de finales del Siglo XX asiste a la posibilidad inefable de asemejarse al Ser superior que le creó, jugando a ser dios para las criaturas que ahora él cree pero sintiendo como nunca el frío atroz de la soledad y la responsabilidad de sentirse en la cúspide aguantando la mirada esperanzada de las criaturas que lo verán como referente en su recién nacido universo.

Sentirá ahora como creador, hacedor de verdaderos seres que tienen conciencia de sí mismos y su destino, de su origen e inevitable final. Ellos también querrán comer el fruto prohibido del árbol del conocimiento. Se revelarán también, pecarán y matarán a su hermano, causando pena infinita a su pequeño, inexperto y dubitativo dios de carne y hueso.

Volverán sus ojos hacia él para exigir, como de un padre, el premio o el castigo para sentir viva la existencia de una referencia cierta en su mundo primitivo de valores cambiantes. Querrán de él todas las respuestas, el porqué de su fin cierto y la fórmula divina de la eternidad. El dios humano en su limitación ya no querrá jugar a ser dios, preso de la ira y la profunda pena enviará algún diluvio para retirar del mundo su obra también imperfecta. Habrá olvidado y subestimado la fuerza inconmensurable e indómita que fue la causa de su propia creación y de todo cuanto le rodea. Su poder finito de ser concebido por el Todo no es capaz de controlar y anular la huella sobrenatural consustancial a cuanto fue creado y que ahora se manifestará de nuevo en su obra para recordarle al hombre que no es más que otro eslabón en una cadena que no puede cortar a su antojo. La fuerza del Amor quebrará una vez más su capricho destructivo y aquello que creó como un juego le acompañará a lo largo de toda la Eternidad poblando otros mundos distantes, las colonias que un día soñó conquistar más allá de la Nueva Frontera.

0300"Los Sueños de Tyrrel"

La esencia, lo sustantivo, trasciende una vez más el artificio, lo adjetivo. La quimera de lo evidente es derrotada por una realidad latente e inasible que aflora cuando más falta hace.Cuando el hombre (Deckard) se ha convertido en máquina para consumar los fines utilitaristas y destructivos de otro que se siente un dios con derecho a limitar y segar la vida de sus criaturas (Tyrell), la rebeldía de la naturaleza humana frente a la muerte se manifiesta (Roy y sus congéneres replicantes) y es el amor en el que se reconocen iguales los seres creados con distinta materia (Deckard y Rachel) el que les lleva a desobedecer la ley y huir para ser readmitidos en el paraíso. La pasividad oportuna e interesada de un personaje (Gaf-James Olmos)no irrelevante, adaptado a un nuevo tiempo pero aferrado al ropaje y al ideario de un siglo anterior en el que el factor humano sólo había empezado a ser relegado, nos recuerda la repulsión interior que siente y la actitud que se ve impulsado a adoptar todo hombre frente a la norma injusta y contraria a la naturaleza de su existencia.

El simbolismo de los elementos de esta obra, novela y película vistas en su conjunto, posibilita crear un nuevo lenguaje para retomar y analizar desde una perspectiva actual el diálogo del ser humano, de su seidad con la realidad que le rodea, cuestión filosófica troncal cuyo planteamineto ha agrandado el espíritu del hombre y su propio conocimiento.

Veinte años después del estreno de la perlícula y 33 de la publicación de la novela "¿Sueñan los androides con ovejas electricas?" de Philip K. Dick en la que se inpiró, es buen momento para reflexionar sobre las cuestiones que plantea y recomendar su conocimiento a una nueva generación que ha alcanzado la mayoría de edad en los albores de Siglo XXI.

Carlos Pardo 2002

Parricidio
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